martes, 4 de agosto de 2009

HOMENAJE 1


Las ramificaciones de Gonzalo Arias.-

A finales de diciembre de 2007, acudí a verle a su último domicilio conocido, en Cortes de la Frontera. Sabía que Gonzalo Arias agonizaba o, como él prefería intuir, estaba a punto de pasar de una a otra dimensión espacial y temporal. Allí, rodeado de quienes le querían, se preparaba para eso que los pocos sabios que en el mundo han sido llaman bien morir: “No se si podré llegar a mi próximo cumpleaños”, me confesó entonces. No pudo ser: expiró a 11 de enero de 2008 cuando contaba 81 años de edad, aunque aún mantenía una rara y cautivadora jovialidad en el semblante.

He vivido como cristiano –dejó escrito--, y como tal entiendo morir, después de haber intentado aplicar y practicar, desde la doctrina de la noviolencia, el mensaje de amor universal que Jesús nos trajo de parte de Dios para la construcción del Reino de Dios.

Sin embargo, no deseo que se celebren para mí funerales ni cualesquiera otros ritos de la Iglesia Católica. Llegada la hora de la sinceridad, debo decir que he evolucionado al final de mi vida de manera que ya no tengo esperanza en la renovación de la Iglesia Católico Romana desde dentro, aunque conservo la esperanza en la renovación del cristianismo por obra de comunidades de base, iglesias pacifistas y movimientos ecuménicos. Entiéndase esto como una forma de protesta frente a una Iglesia ritualista y dogmática, poco sensible a los signos de los tiempos”.

Ahora que siempre andamos conmemorando fechas, recuerdo cuando, treinta años atrás, le conocí por vez primera. Ocurrió, como se recuerda hoy, a propósito de la "Operación antiverja 79", donde 13 noviolentos saltaron la valla que separaba a las comunidades de Gibraltar y La Línea desde hacía diez años en aquel entonces. Ni que decir tiene que todos dieron con sus huesos en la cárcel de La Piñera, mientras los voceros oficiales de la recién nacida democracia hablaban de traición a la patria y otras zarandajas.

Llegó a hacer suyo un compromiso específico para lograr que dicho paso fronterizo se abriera a la relativa normalidad de los pasos fronterizos. Luego, decidió jubilarse del activismo aunque no dejara nunca de escribir textos lucidos sobre la pacificación de un mundo lleno de poderosos sedientos de sangre. Y hasta sus últimas horas, siguió interesado por el miliarismo de las vías romanas que le apasionaron tanto que si no fuera por su universalismo absoluto habría coincidido con José Hierro en que no merece demasiado la pena viajar a ningún país donde antes no hubiera puesto sus pies el imperio romano.

Con el tiempo, nadie parecía recordar el compromiso de Gonzalo Arias Bonet (Valladolid, 1926) que emprendió desde 1973 a 1982 diversas acciones contra aquella frontera cerrada a cal y canto. Le había marcado el pensamiento de Gandhi y el de Martín Luther King, aún bajo el franquismo, llegando a pasearse por el Madrid de 1968 con un cartel que exigía elecciones libres, por lo que fue condenado por un delito contra las leyes fundamentales: “En el contexto español de aquellos años, la noviolencia se me aparecía como el mejor desafío pacífico a la dictadura. Convencido de que para poder hablar de la noviolencia con verdad es preciso vivirla de alguna manera, me esforcé por combinar la teoría con la práctica”, rememoraría luego.

Y no quedaría ahí la cosa. En 1971 participó en la llamada “Marcha a la prisión”, en apoyo a los pioneros de la objeción de conciencia, una iniciativa internacional que partió de Ginebra y que tendría que haber llegado a Valencia de no ser porque la policía española les detuvo nada más cruzar los Pirineos. Sus primeros libros inspirados en la noviolencia hubieron de publicarse o en el extranjero (Los encartelados) o en impresas clandestinas en España (La no-violencia: ¿tentación o reto? y El proyecto político de la no-violencia), Tras denunciar públicamente las torturas policiales, bajo el mandato a Carlos Arias Navarro, empezó a interesarse por la situación de Gibraltar, para reclamar la rectificación de la errónea e inhumana política de hostigamiento hacia los gibraltareños”. En 1979, llevó a cabo el ya mencionado salto colectivo de la Verja, del que dio cuenta en un informe publicado junto con Jorge C. Torres y Manuel Tinoco: todos ellos y varios activistas más fueron inmediatamente detenidos, entre ellos varios miembros de su familia numerosa.

El poder político de la época le suponía un agente al servicio de la Pérfida Albión y se preguntaba de donde sacaba sus ingresos. En su web, intentó tácitamente desmentir tales insidias: “Desde 1968 (año en que renuncié a mi puesto permanente en la UNESCO) hasta la actualidad, mi fuente principal de ingresos ha sido el trabajo de traductor temporero para diversos organismos de las Naciones Unidas”.

“Mi interés por la cuestión de Gibraltar me llevó a trasladar la residencia familiar a La Línea de la Concepción, donde hemos vivido de 1980 a 1997”, rememoraba a propósito de “Casatuya”, una humilde vivienda en el polígono de El Zabal, rodeada de un huerto en el que acamparon los participantes en la VII Marcha Internacional Antimilitarista que, durante el verano de 1982, condujo a prisión a 80 pacifistas por intentar representar el estallido de la bomba de Hiroshima y Nagasaki en una plaza de La Línea de la Concepción. A juicio del subgobernador civil del Campo de Gibraltar, el ucedista Salvador Camino, se trataba de una medida cautelar para evitar que tanto pacifismo interfiriera con el desarrollo del Trofeo Ciudad de La Línea.

Aquel 15 de diciembre de 1982, cuando se abrió finalmente la Verja a efectos peatonales, Arias no apareció en las fotografías estelares de prensa. Tras aquella apertura parcial e insuficiente de la frontera, Arias no olvidó a Gibraltar: de hecho, en 1984, promovió la Operación Pajarita de Papel, con el propósito expreso de llevar literatura española a los colegios del Peñón, prácticamente desabastecidos de la misma desde antes del bloqueo de la frontera. En aquella ocasión, la principal objeción vino por parte de las autoridades gibraltareñas que no comprendieron demasiado bien aquella iniciativa y pensaron que se trataba de una conspiración del imperialismo español para lograr la osmosis cultural del Peñón.


Después de aquello y de algunos otros escarceos gibraltareños, Arias se dedicó al estudio e investigación de las vías romanas de la Península. Así, en 1987 publicó el Repertorio de caminos de la Hispania romana, y ese mismo año reanudó la publicación de El Miliario Extravagante, una revista sobre esa misma cuestión que ya había iniciado en 1963. Su último libro se tituló "La historia ramificada" y es el que se presenta esta semana en La Línea y en El Puerto de Santa María, como una parábola de lo que puede ocurrirnos bajo el paraguas atómico del Peñón o de Rota: “Tras mi muerte en una catástrofe atómica producida en Gibraltar, y tras mi grito de rebeldía contra un Dios que permite el holocausto de los humildes, me es revelado que la historia no es lineal, sino que tiene incontables ramificaciones", reseñaba él mismo. Ojalá su memoria y su ejemplo también se ramifiquen.

Juan José Téllez

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